jueves, 30 de octubre de 2014
Jungla de Cemento
Algunos lo llamarían mala suerte, otros simplemente mala fortuna pero el caso es que poco le importaban los tecnicismos. Estaba perdida y acababa de ser consciente de ello.
Se había puesto a ver las coloridas vidrieras de la forma mas inocente posible sin ser consciente del paso del tiempo o -peor aun- del abrupto cambio de rumbo que lenta pero inexorablemente estaba realizando. Algo llamó su atención mientras caminaba mirando las puntas de sus botas carmesí y decidió levantar la vista con pesadez... no daba crédito a lo que veían sus ojos.
Las elegantes plazas, las coquetas vidrieras y las barridas callen habían desaparecido y se habían transformado en apretujadas aceras llenas de basura, paraíso de ratas y palomas, maleza con restos de amarillentas estatuas asomando de sus verdes tentáculos y negocios que invitaban a curiosear atraves de pesadas rejas de acero ennegrecido.
Se levantó la manga mientras sentía como el creciente calor del miedo y la confusión trepaban por su cuerpo... nada, no había traído el reloj, así que escudriño el cielo en busca de la posición del sol, un viejo truco que había aprendido casi al instante del de como atarse los zapatos, pero una gruesa capa de nubes plomizas de esas que anuncian lluvia se lo impedían... ocultaban el sol mientras levantaban viento y presagiaban lluvia; y como bien sabia: sin reloj y sin sol el tiempo no existe.
¿Cuanto hacia que había empezado a caminar?, ¿Habían pasado dos horas o doce?. Un mecanismo interno le sugirió que no mas de cinco porque recién empezaba a forjarse el distante eco interno del hambre.
Se sentó en medio de la acera tan indiferente a los peatones como estos le eran a ella y miró a su alrededor: Los edificios eran como altas torres de concreto, blancos por naturaleza, grises por el paso del tiempo y de alguna manera rojos. Había manchas coloradas por todos lados y eran omnipresentes, esporádicas. Inquietantes. Dichas manchas parecían haber sido creadas por un artista demencial... que no usó pintura; algunas describían caprichosos dibujos serpenteantes, otras goteaban de manera grotesca como si la brocha se hubiera catapultado desde el balde en angulo recto una y otra vez. En conjunto eran una imagen nauseabunda y peligrosa. Comenzó a darse cuenta cuan sórdido podía ser el mundo.
Pateó una abollada lata de gaseosa con rabia y comenzó a pensar al tiempo que se incorporaba. No dominaba el idioma por lo que los policías locales y los peatones bien intencionados poco y nada podrían hacer por ella, tampoco estaba demasiado segura de la dirección exacta donde se encontraba el cuchitril infestado de ratas donde se alojaba ¡siempre había rondado las áreas circundantes! pero hoy no, y ahora lo estaba pagando.
¿Que hacer? tenia un celular pero nadie a quien llamar y de todas formas esas tierras llenas de pobreza y desolación eran tan aptas para la comunicación inalámbrica como una brújula lo era en una mina magnetizada. Tenia algo de dinero pero el dinero no ayuda a los viajeros perdidos sino a los viajeros normales... tenia un espejo y un encendedor, tenia un paquete de cigarrillos y tenia muchas pero muchas dudas. Encendió un cigarrillo mientras la débil luz solar del invierno austral daba paso al hermoso espectáculo purpureo de la fría noche del sur.
Intentó desandar el camino y por un rato se auto convenció de que realmente estaba haciendo progresos pero en lugar de avanzar o dar vueltas en círculos lo que hizo fue serpentear entre calles elegantes y derruidas por igual, perdiéndose aun mas.
Volvió a echarse pesadamente, esta vez junto a un semáforo mal pintado y descascarado cuyas rojas luces le mostraban de forma fantasmal exactamente como se sentía... una alerta roja en medio de la oscuridad.
Un mar de luces amarillentas bombardeaban las calles en ambos sentidos mientras sus bólidos pasaban a toda velocidad a su lado y a lo lejos un perro ladraba al son de un estampido... el viejo acto de matar o morir se estaba llevando a cabo en algún cercano lugar.
Fue demasiado para ella y la débil luz del consumido cigarrillo que colgaba inconscientemente de su labio recortó su figura contra el manto estrellado. Una figura llorosa, temblorosa, asustada y tambaleante que hundió el rostro en grandes garras con la intención de sufrir su miseria en soledad.
Un zapato rasgó el pavimento tras ella pero no le dio importancia. Una boca tosió en la misma dirección pero se forzó a ignorarla. Una mano tocó su hombro y con creciente miedo se atrevió a voltear, pero no fue un rostro lo que vio sino una luz.
Luz de amanecer.
-Despertate que se hace tarde - dijeron a la distancia.
Y así se incorporó de entre las sabanas, aun tambaleante, escapando por poco de la pesadilla mas vivida de su vida.
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