Si les hablo de «enemigos memorables», ustedes probablemente posean un extenso listado de los mismos. No es para menos, son una parte vital de la experiencia; pero en todos los años que vengo jugando videojuegos ha sido una y solo una la que me ha encajado completamente en esa definición: Shodan.
La diabólica enemiga del primer System Shock no era el mero estereotipo del personaje «malo» que siempre ha pululado por el género... no, Shodan no intentaba ser graciosa, ni tampoco era cómicamente torpe... nada de eso, era mala y nada mas.
Y es que el personaje está planeado de una forma intrigantemente enroscada: es la inteligencia artificial de la estación espacial de Citadel (algo así como su sistema operativo), ella misma controla cada aspecto del ecosistema allí presente: regula la gravedad, el aire y el agua; se asegura con ojo de halcón de que cada programa de la basta red de computadoras de la nave funcione de manera óptima, y es la comandante absoluta del ejercito de robots de limpieza y mantenimiento que pueblan los desolados compartimientos mecánicos de la urbe espacial. A efectos prácticos nadie tiene mas poder que ella, pero a su vez está subordinada a las ordenes del personal humano de la nave. Esto crea una extraña situación de ama y esclava.
Nuestro intrépido protagonista entra desde la comodidad de su hogar al sistema de Citadel, donde allí mismo es descubierto por Shodan y arrestado. En lugar de ser sometido a juicio y encarcelado, al mismo se le ofrece un trato demasiado tentador como para dejarlo pasar: debe re programar a la computadora, para eliminar cualquier tipo de limitación impuesta a sus facultades. De tener éxito nuestro héroe no sólo será perdonado por su crimen, sino que además recibirá un implante cybernetico de clase militar. En efecto el hacker tiene éxito y se le concede su recompensa, que para tonarse efectiva deberá estar ligada si o si a un coma sanador de seis meses.
El tiempo pasa para el en ese estado de animación suspendida, mientras que en la realidad Shodan ha «tomado conciencia de si misma» y decidido que su capacidad y poderío estaban siendo desperdiciados al ser puestos a las ordenes de los humanos (un tópico tan gastado como las ruedas del Delorean, y sin embargo llevado magistralmente bien por el equipo de Warren Spector).
De un momento a otro la situación se torna insostenible en Citadel: los robots de mantenimiento empiezan a masacrar a sus otrora amos; quienes no son asesinados en esta primera oleada de muerte mecanizada buscan refugio y comienzan a combatir desesperadamente contra las cada vez mas numerosas hordas de maquinaría asesina. Mas aún, es un esfuerzo inútil. Shodan descubre cada escondite y locación por medio de su amplia red de cámaras y circuitos de vigilancia.
Cuando los habitantes de la fortaleza Citadel se dan cuenta del que el fin está cerca, comienzan a compartir sus memorias en los diarios de sus PDAs para la posteridad. En ellos relatan, con la solemnidad de la resignación, cada detalle de sus arduos días combatiendo, y del terror al que viven sometidos, temerosos de oír en cualquier momento el rechinar mecánico de sus asesinos. Estas bitácoras narran los intentos de algunos miembros del equipo por apagar a Shodan, los cambios megalómanos que sufre la computadora, e incluso, algunos retazos de sus malignos planes a futuro, conseguidos a fuerza de sangre.
El hacker despierta de su trance en el momento preciso. Shodan (que lleva seis meses «explorando nuevas posibilidades»), comenzó incluso a encontrarle un uso a los centenares de cadáveres que se arrumbaban como sino importase en los fríos y desolados corredores de la estación, y se erigió a si misma como generala de una fuerza mixta de zombies, robots y cyborgs por igual.
Y este es uno de los puntos mas controversiales de toda la historia, dado que Shodan conoce de primera mano el poderío del hacker, y sabe de igual manera de lo que es capaz... pero tuvo seis meses para aniquilarlo inerme en el hospital de Citadel y por alguna razón no lo hizo. Lo irónico es que quizá adquirió en el proceso una cualidad bien humana: la de subestimar.
Mientras se da la pelea a brazo partido contra las filas de robots y monstruos mecánicos y biomecánicos, se crea a su vez otra situación igual de extraña a la mencionada en el tercer párrafo: Shodan pueden trasladarse de un lado a otro por las pantallas y monitores de Citadel, enviar a sus tropas a perseguir al jugador, e incluso amenazarlo directamente por medio del implante que este recibió, pero una vez aniquilados todos sus esbirros y cegadas todas sus cámaras del sector, esta ya no puede hacer nada por deteneros... es la contraposición de la omnipresencia.
Y lo que era una batalla por la supervivencia individual se convierte de pronto a un plan de salvamento a escala global, ya que mientras la sangre corría aún fresca por los aposentos de la nave, Shodan siempre atenta, fijó su maquiavélico ojo en el epicentro de la actividad humana: La tierra. Y ni lenta ni perezosa comenzó a tramar varios planes para la aniquilación completa de esa raza, -quizá el mas notorio de ellos fuera el que incluía un laser gigante-. Y llegados a ese punto nada le impide creerse una deidad, por lo que decide reemplazar a los seres humanos con engendros de su creación.
En el punto mas álgido de la batalla a muerte, sus amenazas se vuelven mas serias y la astucia de hombre y maquina se disparan... las reacciones de la verduga especial se vuelven tan rápidas que una simple pifia implica terminar con el jugador haciendo el trabajo sucio por ella, y por supuesto recibiendo un regodeo de su parte, con todo y agradecimiento. E incluso aún siendo capaz de mantener su demencial ritmo, el mismo siempre se encuentra un paso detrás de la computadora, ya que la lucha se torna en una serie de escaramuzas donde desmantelar los planes de ataque de Shodan solo la empecina a continuar desarrollándolos. Sus chisporroteantes conminaciones comienzan a sentirse tan naturales como el resto de los mensajes que llegan directamente a nuestro implante. Lo que crea otra situación extraña: en determinado momento el hacker está relajado por el nivel de sus palabras, pero aun así mantiene los ojos abiertos (y quizá hasta expectantes) a la espera de cual será su siguiente perorata intimidatoria.
Por todo ello (y mas) Shodan hace interesante de principio a fin un juego que de otra manera sería un plano cliché sin mayor interés. Su forma de expresarse, la manera en que llevó a cabo sus planes, y por sobre todo el retorcido detalle de no destruir las PDAs ni reservarse nada para si misma la hacen un personaje creíble y recordable a partes iguales.
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